Pese a estar a unos 180 kilómetros al sur del epicentro de los devastadores terremotos del pasado lunes, la histórica ciudad de Antioquia, en el extremo sureste de Turquía, está completamente destruida.
Su famoso casco histórico, de piedra y con antiguas callejuelas, ha dejado de existir. Ha aguantado durante miles de años, pero de un momento para el otro se ha convertido en un laberinto de cascotes y tejados caídos.
La parte nueva de la ciudad, que tiene unos 200.000 habitantes, está todavía peor, ya no hay prácticamente ningún edificio que se conserve bien.
Antioquia no es sólo una ciudad histórica sino un mosaico de etnias y creencias, como musulmanes suníes, alevíes y cristianos viviendo en armonía desde hace siglos, recuerda a EFE Ferhat, un vecino del casco antiguo.
Allí, la famosa mezquita de Ulu se ha derrumbado por completo. Hay otra mezquita cercana, también histórica, que se ha quedado en un arco de unos metros de altura nada más.
Cerca está una iglesia cristiana turca que, milagrosamente, está en pie porque es pequeña, de una sola planta y de piedra con un patio.
Allí se han refugiado algunos vecinos para pasar las noches frías con un brasero. Pero las demás iglesias alrededor están también en ruinas.
Antioquia era hasta el fin de semana un lugar histórico de mucho interés turístico, con cercanas playas y hoteles, que tampoco ha sobrevivido al seísmo.
La calle Hurriyet, que antes era el centro de la vida comercial y nocturna, ha desaparecido bajo los escombros.
Han pasado tres días desde los seísmos, de magnitudes de 7,7 y 7,6, y las esperanzas de encontrar a supervivientes empiezan a desvanecerse.
No obstante, en todas partes se ven equipos de rescate trabajando, con excavadoras y grúas.
De vez en cuando en algún equipo alguien cree haber escuchado voces. Entonces se apagan los generadores, las máquinas excavadoras, los martillos neumáticos. Todo queda en silencio y los rescatistas llaman entre las ruinas a ver si responde alguien.
Pero la mayoría de las veces ahora ya sólo se están sacando cadáveres de los escombros.
La gente que ha podido sobrevivir el desastre está en las calles, ya que aquí no queda ni un edificio que sea habitable.
En algunas calles cerca del centro hay algunos edificios en pie, pero nadie se atreve a entrar, salvo algún local bajo o una mezquita de una sola planta, que sí han resistido a los sismos.
Es allí donde cientos de vecinos de la zona han encontrado refugio. Duermen en el suelo, en sillas, con mantas donadas por organizaciones humanitarias.
Es un lugar seguro, asegura a Efe Derya, una vecina, contable de profesión, que ha perdido todo lo material que tenía el lunes pasado, pero salvó su vida, y la de su familia.
Cuenta que su casa se cayó justo después de salir, pero en el sótano aún quedaban al menos dos personas.
Derya cuenta que por ahora tienen suficiente comida, agua y mantas para protegerse contra el frío.
En otros lados, la gente no tiene la suerte de tener un sitio que quede en pie para refugiarse, sino que están en la calle, a la intemperie, delante de sus ruinas.
Otros están alojados en tiendas de campaña, que la agencia de gestión de emergencia AFAD ha construido en los parques de la ciudad.
Nadie sabe cuándo volverá la vida normal. Derya teme que sea en mucho tiempo, ya que las placas sísmicas necesitarán semanas para tranquilizarse, para ponerse en su lugar de nuevo.
Al menos, las réplicas están empezando a ceder y son cada vez menos fuertes, aunque siguen siendo un gran peligro para las personas trabajando en los escombros, ya que cualquier temblor puede hacer colapsar las estructuras de los edificios medio en pie.
EFE
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